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5 julio 2021

La inversión de capital, ¿implica un acto de fe en las personas?

Tradicionalmente, la compra de una empresa implica seguir un proceso estandarizado sobre un negocio existente. Se realiza un primer acercamiento preliminar y de haber sinergias o interés, se arranca el mismo.

Suele firmarse un acuerdo de confidencialidad, realizarse una o varias auditorías, y negociarse, firmarse y perfeccionarse los acuerdos transaccionales. Y, sobre todo, hay que llegar a un acuerdo de precio. Para ello, existen criterios tales como traer a valor presente los cálculos de flujo futuro, EBITDA u otros índices por algún múltiplo, valuar los activos y pasivos, y tomar consideraciones sobre la participación de mercado.

Ahora bien, lo que es obvio, para seguir dicho proceso tiene que haber un negocio corriendo que valuar.

A lo largo de los últimos 20 años se ha creado el concepto de invertir en proyectos incipientes, existiendo solo una idea, un plan de negocios, o unas primeras ventas. Y en muchos casos, en abstracto, la suma invertida parece desproporcionada al estado del negocio.

El caso más emblemático es el de Mercado Libre. Marcos Galperin, y cofundadores, lograron a comienzos de 1999 una inversión de $1.000.000, que eran u$s1.000.000, sin haber tenido prácticamente ningún ingreso. Simplemente con la idea original de que privados puedan subastar artículos online. El rendimiento obtenido por dicho inversor es incalculable.

Dicho ello, cabe mencionar que si bien existe Mercado Libre, también existen cientos de miles de inversores que perdieron toda su inversión. Por ello, el inversor debe hacerse una serie de preguntas al momento de invertir a efectos de intentar mitigar lo máximo posible la cuota de riesgo. Aún teniendo presente que cierto riesgo seguirá existiendo.

Entre ellas: ¿Cuál es el grado de escalabilidad del proyecto? ¿Qué grado de inversión se requiere para ello? ¿Qué tiempo requeriría dicha escalabilidad? ¿Cuan disruptiva es la idea? ¿Cuál es la competencia? ¿Qué grado de exposición y/o garantías estoy tomando en caso de que el proyecto falle? ¿Cuál es mi posición en relación a otros inversores? ¿Cuál es mi posición en relación a los socios originales? Etc.

Al momento de invertir en estos proyectos incipientes los inversores institucionales miran principalmente tres elementos: equipo, equipo y equipo. Cómo está conformado el equipo y el grado de compromiso del mismo lo es casi todo al momento de decidir invertir. La percepción fundada de que el equipo podrá sortear los mil obstáculos que enfrentarán es crítico.

Cabe preguntarnos si, en virtud de ello, son tan distintas las inversiones “tradicionales” de las “disruptivas”. Si bien los criterios de valuación anteriormente explicados son elementos objetivos, suele suceder que un negocio al incorporar o cambiar los accionistas se destruye o crece en relativamente poco tiempo por razones ajenas a dichos criterios de valuación. Ello se explica principalmente por el factor humano, que es crítico.

Por ejemplo, las implicancias de la entrada de la nueva gerencia, la coexistencia entre la nueva y vieja gerencia, la convivencia del directorio, los cambios culturales que atraviesan las corporaciones. El factor humano es muy relevante al momento en que las organizaciones tienen que lidiar con las crisis endógenas y exógenas que toda organización atraviesa.

Explicado lo anterior, volvemos a nuestra pregunta inicial. ¿La inversión es un acto de fe en las personas?

Mientras que en una inversión en un negocio consolidado se cuentan con más elementos sólidos para hacer una evaluación previa, en las inversiones en proyectos incipientes también hay elementos. Ahora bien, al final del día hay una cuestión de fe, intuición, o de difícil medición. Es muy complicado predecir cómo se comportarán las personas, cuán flexibles serán, cuán comprometidas estarán, cómo lidiarán con las crisis, y sobre todo cómo convivirán los egos.

Sin importar de qué tipo de inversión se trate.

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