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19 marzo 2025

Mujeres en grandes firmas: La historia detrás de las socias - M. Carolina Abdelnabe Vila

El trípode que yo necesité: pasión, ambición y acción

María Carolina Abdelnabe Vila

Socia de Pérez Alati, Grondona, Benites & Arntsen (PAGBAM). Especialista en Defensa de la Competencia, Derecho del Consumidor, Lealtad Comercial, Tecnología y Datos Personales. Abogada (Medalla de Oro) (UCA). Magíster (Université Catholique de Lyon, Francia). Profesora de grado y posgrado (Univ. del CEMA, UCES y Univ. Austral). Autora de numerosos artículos de la materia.

La Editorial me ha hecho el honor de convocarme para reflexionar, en un día tan especial como el Día de la Mujer, acerca de esta profesión que tanto amo; y será mi tarea extraer, de mi humilde experiencia,
algunas ideas que compartir.

En este sentido partiré de donde estoy hoy y cómo creo que llegué hasta acá. Mi presente es la realización de un sueño y ambición largamente añorada: ser socia del estudio PAGBAM (Pérez Alati, Grondona, Benites & Arntsen), uno de los estudios mejor rankeados de Argentina y en el que mayormente me formé.

Y si me pregunto cómo fue que alcancé esta meta, comenzaré por decir que mi camino me lo trazó el haber tenido la fortuna de encontrar lo que realmente me encanta hacer: ser ambiciosa en esa pasión y trabajar duro.

En el camino a encontrar una pasión, creo que siempre quise ser abogada.

Las conjeturas sobre el porqué de mi vocación pueden ser múltiples y no conclusivas: mi formación escolar humanista, la afición por la lectura; mi contexto familiar con abuelo, madre y primos abogados. Mi mamá, que nunca amó su profesión y la ejerció muy poco; por el contrario, sí aplicaba sus conocimientos para dirimir las pequeñas cosas cotidianas; y así antes de llegar a la Facultad yo ya resolvía nimiedades con mis hermanos profanando conceptos como “res nullius” o usucapión.

Pero, además, creo que siempre encontré en la abogacía la sinergia perfecta entre lo clásico (es una profesión muy antigua) y lo actual (está constantemente en movimiento, basta con ver los numerosos cambios normativos existentes desde la ascensión del presidente Milei), entre lo corriente (es una profesión conocida por todos) y lo original (se utilizan palabras y frases completas en otro idioma que, encima, es una lengua muerta —el latín—) y entre lo esquemático (es una profesión muy sistemática y estructurada) y lo desestructurado (el abogado es muy moldeable: puede ser un gran negociador, el mejor escritor, el orador más espectacular, un gran dirigente —la mayoría de los presidentes son abogados—, según lo requiera el momento).

Además, para ser abogado —a diferencia de otras profesiones— hay que obtener un título habilitante, hay que estudiar en una universidad, rendir y aprobar todas y cada una de las materias. Solamente se es abogado luego de haber pasado por la Facultad. Es que el abogado cumple con un fin social: se requiere de normas (y orden) para poder vivir en sociedad y el estudio de estas normas lo veo fascinante.

Pero, en suma, creo que lo que más me gusta y me gustó de la profesión es la infinidad de oportunidades que brinda para aquellos con mentes atentas. Basta con investigar un poco en la historia: escritores y filósofos como Cicerón, Goethe, Stevenson, Kafka fueron abogados; también grandes luchadores de la libertad como Mandela, Gandhi, ¡hasta Ronald Coase ganó un premio Nobel de Economía siendo abogado, ¡tan amplia y variada es nuestra profesión!

Siempre me gusta preguntar, cuando tomo una entrevista o me interesa conocer a algún colega, en qué momento esa persona se dio cuenta que quería ser abogado. Poder contestar esa pregunta, que muchas veces no es sencilla, hace que uno pueda estar seguro de haber encontrado la pasión en la profesión.

Y en este punto es importante hacer una distinción: en todas las profesiones (y más todavía en la abogacía) hay muchas tareas diarias “odiadas”; en mi caso, por ejemplo, todo lo que es el papelerío (armar documental, ordenar carpetas —incluso virtuales—, tener que lograr obtener información de un organismo, y un eterno etcétera), pero cuando llega la oportunidad de trabajar en ese caso, en el que hay que investigar y ser creativos, todo el esfuerzo vale la pena.

Es en esos momentos en que existe la pasión por lo que uno hace y, encima, si el trabajo realizado logra el fin propuesto, la felicidad es total.

Así, yo puedo decir que no todo lo que hago en el día me da felicidad, pero con seguridad asevero que soy feliz todos los días con lo que hago y así, en palabras de Albert Schweitzer: “El éxito no es la clave de la felicidad. La felicidad es la clave del éxito. Si amas lo que haces, tendrás éxito”.

Hoy me animo a decir que soy extremadamente ambiciosa: Debo confesar que por varios años de mi vida me daba vergüenza decir que era ambiciosa, que quería llegar a puestos altos, que me gustaba obtener las mejores calificaciones o, incluso, que quería acceder a remuneraciones altas. Espero no se me malinterprete: no hablo de una ambición competitiva y deshumanizada, hablo de una aspiración personal donde la competencia es esencialmente un desafío contra mí misma, porque estoy convencida de que el éxito comienza y termina en uno mismo, y nunca es más dulce que cuando es una conquista del mérito y el esfuerzo.

Hoy me doy cuenta de que mi ambición es una de las características que me ayudó a lograr mis metas, entonces elijo no ocultarla más.

La ambición, cuando es medida, es un motor muy importante. Así, por ejemplo, cuando estudiaba en la Facultad, yo estudiaba con ambición, queriendo aprender lo máximo que pudiera, así también rendía los parciales y defendía mi nota en los orales.

Esa ambición me enseñó también a tener metas claras y a no conformarme y, por eso digo, que me hizo ser quien soy ahora.

A lo largo de mi vida profesional siempre me fijé metas altas, sabiendo que el camino para llegar a esas metas era negociable y adaptable, pero mis metas y mis ideales no lo eran.

El otro día encontré una frase que creo ilustra lo que quiero decir: “Si te ofrecen un asiento en un cohete, no preguntes qué asiento, solo súbete” (frase atribuida a Sheryl Sandberg). Y eso hice yo a lo largo de mi vida profesional, yo tenía mis metas e ideales (no negociables), pero siempre fui moldeable y me adaptaba a las oportunidades que iban surgiendo. Creo que no soporto la idea de la oportunidad perdida, prefiero tomarla y equivocarme que pensar en el “what if”.

Y en esto de ir aprovechando las oportunidades, tuve la posibilidad de pasar por estudios jurídicos de los cuales aprendí mucho, ir a estudiar afuera (un gran sueño cumplido) y lograr empezar a trabajar en PAGBAM, lo que fue y es el mejor trabajo que tuve.

En mis metas estaba por supuesto crecer en mi profesión, pero también sabía que quería formar una familia y esas metas (que muchas veces parecen incompatibles, altas y no alcanzables) nunca fueron negociables. Sabía que mi lugar iba a estar en un ambiente que permitiera ambas, que no me obligara a conformarme con “parte”; mi ambición no lo iba a permitir. Así encontré a PAGBAM un lugar que me permitió crecer y desarrollarme profesionalmente y comencé a trabajar con mi gran mentor (Luis Barry), una persona que no solamente potenció mi pasión por el Derecho, sino que, además, me apoyó en mi anhelo de poder congeniar mi vida profesional con mi vida familiar. De esta situación aprendí que es muy cierta la frase de James Cash Penny que dice “dame un empleado del montón con una meta y yo te daré un hombre que haga historia”.

Así es imprescindible tener una meta clara (y no negociable), pero también es importante encontrar el lugar y las personas clave que apalanquen esas metas.

Mi ambición me llevó a PAGBAM, porque yo quería llegar lo más lejos que pudiera y, en este sentido, lo mejor era (en palabras de Isaac Newton) subirse a los hombros de gigantes. PAGBAM me daba y me da esa oportunidad, con clientes de primera línea que nos proponen temas interesantes y desafiantes, sacándonos de nuestra zona de confort y obligándonos a ser creativos. Y en PAGBAM aprendí la importancia de recorrer esa extra mile que entiendo distingue al Estudio y hace que el cliente pueda ofrecer ese negocio, expandirse, que logre su objetivo sabiendo que se cuenta con un argumento/encuadre jurídico.

Y en este punto quisiera agradecer a los clientes que día a día hacen de nuestra profesión sea desafiante; sin la constante innovación y movimiento de ellos no tendríamos aquellos temas “raros”, que hay que estudiar, porque trascienden la letra de las normas y que permiten al abogado crear ese leading case que tanto orgullo otorga.

El éxito está relacionado con la acción, la dedicación y el esfuerzo: una de las premisas que siempre tuve clara es que para poder lograr mis metas, tenía que esforzarme, dedicarle tiempo, estar en acción y prepararme para ciertos fracasos. No hay éxito sin esfuerzo.

El periodista Malcolm Gladwell indica que se necesitan alrededor de 10.000 horas de práctica para convertirse en un experto en algo. Esto es, nadie se hace experto sin dedicación; ni de un día para otro.

Tanto en mi vida como estudiante como ahora ya profesional, yo dedico muchas horas al estudio de los temas, no le temo a las largas horas de trabajo, ni al análisis de esas consultas que parecen imposibles y, en general, comprendo que la obtención de resultados requiere de tiempo, esfuerzo y sobre todo acción (hacer). El mundo es para el que hace.

Siempre me gustó el discurso de Theodore Roosevelt “The man in the arena” que indica: “No es el crítico el que cuenta, ni el que señala cómo tropieza el hombre fuerte o dónde el autor de las hazañas podría haberlas hecho mejor. El mérito pertenece al hombre que está realmente en la arena, cuyo rostro está desfigurado por el polvo, el sudor y la sangre; que se esfuerza valientemente; que se equivoca, que se queda corto una y otra vez, porque no hay esfuerzo sin error y deficiencia; pero que realmente se esfuerza por hacer las cosas; que conoce los grandes entusiasmos, las grandes devociones; que se entrega a una causa digna; que, en el mejor de los casos, al final conoce el triunfo de los grandes logros y que, en el peor de los casos, si fracasa, al menos fracasa con gran osadía, de modo que su lugar nunca estará entre esas almas frías y tímidas que no conocen ni la victoria ni la derrota”.

Debo confesar que por momentos pensé que mi destino iba a ser la derrota y que no llegaría a ser socia, porque —pese a mi gran esfuerzo— simplemente no se daba. Pero incluso en esos momentos, al igual que en el poema mencionado, mi fracaso iba a ser con osadía y nunca dejé de hacer y hacer y estar en movimiento. Y eso me enseñó también que lo que se obtiene con esfuerzo tiene un sabor mucho más dulce que lo que simplemente se encuentra o es recibido por bondad (o por suerte).

Aquello que el loco azar entrega con la misma locura puede quitártelo sin que puedas tener legitimación en realizar reclamo alguno. Por ello mi premisa siempre fue ganarme las cosas, para poder tener esa legitimación de reclamar mantenerlas y, por supuesto, tener ese gusto dulce de haberlo logrado. Y para ello, hay que hacer y esforzarse, todo lo que se obtiene sin esfuerzo y sin hacer está dejado al arbitrio de la loca suerte.

Y cuando hablo de esfuerzo y acción no me refiero a hacer bien y sin errores el trabajo, ese es el piso mínimo del que quiere progresar; hablo de caminar esa extra mile, de estar atento a qué se puede hacer y hacerlo, a pensar en aquellas cosas que no funcionan y proponer soluciones, a darse cuenta de aquellos vacíos y llenarlos. Cuando uno se propone esa extra mile, tarde o temprano obtiene su meta.

Ahora bien, lo que noto en la nueva generación (y por momentos me pasó a mí) es la gran incógnita de cómo poder esforzarse (y destacar) en el mundo del Derecho cuando parece colmado, casi al borde del colapso. Basta con analizar la cantidad de profesionales que se inscriben solamente en el Colegio Público de Abogados de la Capital Federal (sin contar que son más, incluso, la cantidad de egresados), para pensar que no hay más espacio. Nada más lejos de la realidad.

Como dije, lo que me encanta de la profesión es la infinidad de oportunidades que brinda. No solamente existen ramas y subramas del Derecho, sino que, además, se están creando constantemente oportunidades (hoy nichos, mañana departamentos completos). Pero, nuevamente, hay que estar atentos a estas oportunidades, no dejarlas pasar y ponerse en acción.

El desafío que hoy se nos presenta y que crea nuevas oportunidades para los que quieran ponerse en acción es el uso y los desafíos de la inteligencia artificial. Me encuentro totalmente fascinada con las posibilidades que esta nueva herramienta trae para los profesionales del Derecho, sabiendo que habrá que dedicarle tiempo y esfuerzo para poder ser un experto.

Palabras finales: Como epílogo me gustaría decir que una parte esencial en toda carrera (y vida) consiste en estar agradecida y no dar nada por sentado. El otro día escuchaba que el ser humano se acostumbra muy rápidamente a lo “bueno” hasta el punto de que deja de sorprenderse, de agradecerlo y lo da por sentado. Sin embargo, no es hasta que lo pierde que se da cuenta de la importancia que ese bien preciado tenía.

Pues, bien, yo intento no dar nada por sentado y todos los días agradecer lo que tengo, mi marido, una persona a la que admiro, mi gran compañero y sin el cual no sería quien soy, mis hijos, poder verlos crecer sanos y felices, y, por supuesto, el haber logrado, lo que fue y es un sueño ser socia de PAGBAM. Sabiendo que nos lo propongamos o no, cada vez que se alcanza una meta no es más que el comienzo de un nuevo camino hacia una meta aún mayor.

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